Durante el Cuaternario, en el fondo de los valles se han ido acumulando depósitos sedimentarios de origen fluvial formados por limos y materia orgánica. Estas
vegas, además de su fertilidad natural, presentan una elevada humedad en el subsuelo debido a la proximidad del nivel freático, que llega a aflorar en periodos lluviosos.
La composición de la cubierta vegetal en estos ambientes no depende tanto de las circunstancias climáticas sino de las propias características del suelo. Es
por ello, que la inexistencia de déficit hídrico estival propicia la existencia de
especies caducifolias, grandes árboles y arbustos que al disponer de una reserva
hídrica regular en el substrato pueden renovar totalmente su follaje anualmente.
En su origen las riberas del Jiloca, Pancrudo y Huerva, así como las de sus pequeñas ramblas y arroyos deudoras, dispondrían de frondosos bosques de sargatillos
(Salix atrocinerea), olmos (Ulmus minor), chopos (Populus nigra) y fresnos (Fra-
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xinus angustifolius), con sotobosque de sauquera (Sambucus nigra), sargas (Salix
eleagnos) y cornejo (Cornus sanguinea), estando todo ello trabado por lianas de
enreligadera (Clematis vitalba) y zarza (Rubus ulmifolius) .
La temprana puesta en cultivo de las productivas vegas por el ser humano,
mediante la roturación, apertura de drenajes y la creación de acequias transformó
el sistema, obteniéndose amplias huertas, con estrechas bandas de carrizal y de
soto fluvial en las orillas de los ríos, introduciéndose otras especies forestales
como el álamo, la noguera, el sabimbre o los chopos canadienses.
Un específico
sistema de tratamiento forestal de los chopos, permitió obtener varias gruesas
ramas de cada pie, siendo regularmente cortadas a media altura lo que evitaba
nuevas plantaciones y aseguraba del diente del ganado. Estos árboles, los chopos
cabeceros, forman un elemento básico en el paisaje de la comarca del Jiloca, siendo uno de sus elementos de identidad natural y cultural.
Destacan las masas de
chopo cabecero del valle del Pancrudo, el bosque de fresno del río Noguera y el
soto del antiguo lavadero de lana de El Poyo del Cid.
El cuantioso afloramiento de agua en ciertos enclaves origina amplios manantiales, conocidos aquí como ojos, en los que prosperan densos herbazales higrófilos
formados por carrizo (Phragmites australis), anea (Typha sp.), adelfilla (Epilobium
hirsutum) y otras megaforbias que soportan el encharcamiento. Los más conocidos son los Ojos de Monreal, donde el Jiloca toma buena parte de su caudal, aunque también son interesantes los de Caminreal y Fuentes Claras (topónimo de lo
más elocuente).
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